Recientemente he estado implementando un protocolo de comunicación para un dispositivo embebido. Dada la naturaleza de la plataforma, el lenguaje de programación elegido fue C.
Así que comencé a programar: a preocuparme por el manejo de memoria, a acceder a los elementos de un arreglo a través de índices que yo mismo me veía obligado a incrementar, a codificar mis estructuras de datos utilizando números en vez tipos de datos algebraicos.
Conforme iba retrocediendo en la escala evolutiva de los lenguajes me ocurrió algo curioso... algo solo comparable a la involución que sufrieron los protagonistas de "El señor de las moscas". A medida que me acercaba cada vez mas al ensamblador despertaba en mi algo atabico, casi salvaje... Programar la maquina desnuda, sin la ayuda de poderosos conceptos fue una experiencia intoxicante... casi lo mismo que debían sentir nuestros ancestros al cazar bisontes solo con piedras y flechas... al percibir el olor de la sangre de la presa cazada...
Desde luego, la aplicación era lo suficientemente pequeña como para que el lado oscuro del c no se mostrara. De haber sido mas grande la aplicación, los problemas con el manejo de memoria, el tedio de la escritura de código boilerplate, la molestia de tener a cada paso que indicar lo obvio me habría frustrado. Al igual que un citadino transportado a los albores de nuestra especie se habría aburrido esperando por la presa, hambriento, exasperado por los mosquitos y molesto por las inclemencias del tiempo.
Es que el olor de la sangre llama, pero no tanto...
1 comment:
Mucho Python y más Python, pero resulta que te comes la presa comprada en el automercado pŕacticamente lista, solo para cocinarse, y en la mesa, en vez de usar cubiertos, te ensucias las manos y te limpias en el mantel mientras saboreas y chorreas los jugos de la carne. Así es programar en Python con la cónsola.
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